MUNIO NUÑEZ RASURA

GENEALOGIA MUNIO MUÑEZ

REYES DE CASTILLA

1) Significado: Castilla: tierra de castillos.

2) Casa solar: Castilla, España.

3) Armas: Las del Reino de Castilla en su diversas épocas. Las que aparecen a la derecha son las Armas de los antiguos Condes de Castilla, en particular del Conde Fernán González: En campo de oro una banda de gules. Las Armas de la Casa Real de Castilla, que aparecen más abajo, fueron: En campo de gules un castillo de oro aclarado de azur. Las de Castilla-León (escudo de Fernando III, «el Santo»): Escudo partido en cuatro: 1° y 3°: un castillo de oro en campo de gules. 2° y 4°: un león rampante de gules en campo de plata.

4) Antepasados: Según cuenta la leyenda, Don Rodrigo (siglo IX), último rey de los visigodos, tuvo por hijo a Diego Porcelos (s. IX). Luego le sucedieron Nuño Núñez (s.IX), que fue padre de Fernando Muñóz (s. IX). Le siguen entre los condes de Cantabria: Gonzalo Téllez (s. X), Assur Fernández (s. X), Nuño Fernández (s. X), Gutier Núñez (s. X), Álvaro Herraméliz (s. X) y Gonzalo Fernández (c.890-932), que fue padre de Fernán González, primer conde de Castilla. Los antepasados directos de los condes de Castilla comienzan con Nuño Núñez Rasura.

I. Nuño Núñez Rasura (31° abuelo de Cándido Madaleno Gasteasoro) nació hacia el año 810. Murió el año 860. Casó con Argilo. Tuvieron por hijo a

II. Fernando Muñóz «el Negro» de Castrogeríz (30° abuelo) nació hacia el añao 855. Murió el 927. Casó con Gutina de Castilla. Tuvieron por hijos a Gonzálo Fernández de Castilla (c.890, que sigue) y Munio Fernández de Amaya (+932, padre de Muniadomna, que casó antes del año 912 con Fernando Asúrez y tuvieron por hijo a Ansur Fernández, esposo de Guntroda y padre de Teresa Ansúrez de Monzón, que fue mujer de Sancho I «el Craso» de León: ver Reyes de León).

III. Gonzalo Fernández de Castilla (29° abuelo) nació hacia el año 890. Murió el año 932. Tuvo por hijo a
IV. Fernán González, conde de Castilla (28° abuelo), primer conde de Castilla, que nació hacia el año de 915 y gobernó el Condado de 932 a 970. Casó con Sancha Sánchez de Pamplona (hija de Sancho Garcés I de Navarra —905-925— y Toda Aznárez de Aragón) y tuvo entre otros hijos a: García Fernández I de Castilla (c.928; que sigue), Urraca Fernández de Castilla (c.935; que casó sucesivamente con Ordoño III, Ordoño IV de León y Sancho Garcés Abarca de Navarra [ver Reyes de Navarra]; de este último matrimonio nació García Sánchez II de Navarra, que casó con Jimena Fernández y fueron padres de Sancho III de Navarra), Munia Fernández de Castilla (c.942; que casó con Gómez Díaz y fueron padres de Sancha Gómez de Saldaña y Carrión, mujer que fue de Ramiro III de León [ver Reyes de León]) y Gonzalo Fernández de Lara (que murió antes del año 970 y casó con Nuna, y fueron antepasados de Nuño González de Lara, padre de Jimena Núñez de Lara que, según una hipótesis, fue amante de Alfonso VI de Castilla y madre de Teresa y Elvira de Castilla: ver más abajo y nota 1). Fernán González murió en junio del año 970.

V. García I Fernández, conde de Castilla (27° abuelo) nació el año de 928 y gobernó Castilla de 970 a 995. Casó con Ava de Ribagorza (del condado aragonés de Ribagorza; hija de Raimundo II de Ribagorza y de Garsenda de Fezensac (ver Duques de Gascuña). Por su madre descendía de Carlomagno [ver Carolingios], ya que la 5ª abuela de Garsenda de Fezensac era Berta de Francia [779], hija de Carlomagno e Hildegarda de Vintzgau). García Fernández murió el 30-V-995. Tuvieron por hijos a Sancho García de Castilla (c.965, que sigue) y Elvira García de Castilla (c.970, que casó con Bermudo II «el Godo», rey de León, y tuvieron por hijo a Alfonso V de León: ver Reyes de León).

VI. Sancho García, conde de Castilla (26° abuelo) nació hacia el año de 965. Gobernó Castilla de 995 a 1017. Casó con Urraca Salvadórez (nacida c.984 y fallecida el 20-V-1025) en 994. Tuvieron por hijos a García (que gobernó Castilla de 1017 a 1029), Munia Mayor de Castilla (c.995, que sigue) y Sancha Sánchez de Castilla (nacida c.1006 y fallecida el 26-VI-1026, que casó con Ramón Berenguer I, conde de Barcelona, en 1021: ver Condes de Barcelona).

VII. Doña Munia Mayor (o Elvira) (25ª abuela) nació hacia el año 995. Casó en 1010 con Sancho III de Navarra (ver Reyes de Navarra). Tuvieron por hijos a Fernando I (c.1016, primer rey de Castilla, que sigue), Garcia Sánchez III de Navarra «el de Nájera» (nacido después de 1020 y fallecido el 12-XII-1054; casó con Estefanía de Foix, que descendía de Carlomán —era su 8° abuelo—, hijo de Pipino «el Breve»: ver Carolingios) y Gonzalo (conde de Sobrarbe y de Ribagorza). Fuera de matrimonio tuvo a Ramiro I, primer rey de Aragón.

VIII. Fernando I, rey de Castilla (24° abuelo) nació entre 1016 y 1018, en Burgos, Castilla. Gobernó Castilla de 1035 a 1065 y León de 1037 a 1065. Casó con Sancha de León (hija de Alfonso V de León y Elvira Menéndez de Melanda: ver Reyes de León), entre noviembre y diciembre de 1032. Tuvieron por hijos a Sancho II (rey de Castilla —1065 a 1072— y de Galicia -1071-1072), Alfonso VI (rey de Castilla, que sigue), García (rey de Galicia de 1065 a 1071), Urraca (señora de Zamora) y Elvira (señora de Toro). Fernando I murió el 27 de diciembre de 1065.

IX. Alfonso VI, rey de Castilla (23° abuelo) nació antes del mes de junio de 1040. Fue rey de León (1065-1109), rey de Castilla (1072-1109) y rey de Galicia (1071-1109). Se le conocen cinco esposas legítimas. La segunda fue Constanza de Borgoña (que tuvo lugar el 8-V-1081) en la que tuvo por hija a Urraca (c.1082). Constanza de Borgoña (ver Casa de Borgoña), nacida en 1046, era hija de Roberto «el Viejo», duque de Borgoña, y Helie de Semur; y nieta de Roberto II «el Piadoso», rey de Francia. También era sobrina de Hugo, abad de Cluny. El nombre de «Constanza» lo llevaba por su abuela, Constanza de Arles (984) que, a su vez, era nieta de Constanza de Provenza (931) y tataranieta de Luis III «el Ciego» (883), emperador, nieto de Lotario I (795, el hijo de Ludovico Pío y nieto de Carlomagno: ver Carolingios). Alfonso VI tuvo otras dos hijas ilegítimas, según una hipótesis discutida, con Jimena Muñoz (ver nota 1). La primera fue Teresa Alfonso (1070), que casó con Enrique de Borgoña (hermano de su madrastra: Constanza de Borgoña) y fueron padres de Alonso I Enríquez, primer rey de Portugal (nacido el 25-

VII-1110, que casó con Matilde de Saboya (ver Casa de Saboya) y fueron padres de doña Urraca de Portugal, esposa de Fernando II de León: ver Reyes de León). La otra hija ilegítima de Alfonso fue doña Elvira Núñez (c.1075), que casó con el conde tolosano Raimundo de Saint Gilles, el primero de los cruzados (ver Casa de Toulouse). Alfonso VI murió en Toledo el 29-VI-1109.

X. Doña Urraca, reina de Castilla (22ª abuela) nació hacia el año de 1082, en Burgos, Castilla. Fue reina de Castilla de 1109 a 1026. Caso con Raimundo de Borgoña, conde de Amerous (ver dinastía de Borgoña-Ivrea), en Toledo, el año de 1087. Raimundo de Borgoña fue conde de Galicia y Coimbra en 1087. Raimundo murió en Grajal, el 20-IX-1107. Tuvieron por hijo a Alfonso VII (1-III-1004/05). En segundas nupcias casó con Alonso I de Aragón. Doña Urraca muere el 8-III-1125/26, en Saldana, Palencia.

XI. Alfonso VII, rey de Castilla (21° abuelo) nació el 1-III-1105, en Toledo, Castilla. Fue rey de Castilla de 1126 a 1157. Casó con Berenguela de Barcelona (1116-1149), en Saldana, el año de 1128. Berenguela era hija de Ramón Berenguer III de Barcelona (ver Condes de Barcelona) y Dulce Aldonza de Milhaud, condesa de Provenza (descendiente de los Reyes Capetos de Francia y también de los Carolingios). En 1152, casó en segundas nupcias con Richeza (hija del príncipe Ladislao II de Cracovia y Silesia). Muere el 21-VIII-1157, en la Fresneda, Teruel, Aragón. Está sepultado en la Catedral de Toledo. De su primer matrimonio tuvo por hijos a Sancho III (que sigue), Raimundo (murió antes de 1151), Fernando II (rey de León de 1157 a 1188 —ver Reyes de León—, y casado con doña Urraca de Portugal, que era hija de Alfonso I de Portugal y nieta de Enrique de Borgoña y Teresa de Castilla -hija de Alfonso VI-), García, Alonso, Sancha (casó con Sancho VI de Navarra en 1153), Constanza (casó con Luis VII de Francia). De su segundo matrimonio tuvo a Fernando y Sancha. Además tuvo dos hijas naturales: Urraca y Estefanía.

XII. Sancho III, rey de Castilla (20° abuelo) nació el año de 1134, en Toledo. Fue rey de Castilla de 1157 a 1158. Casó — el 30-I-1150/51, en Calahorra, Logroño— con Blanca de Navarra (hija de García VI Ramírez de Navarra, «el Restaurador» y Margarita de L’Aigle Rotrou —descendiente de los Reyes Capetos de Francia y los Carolingios—; García Ramírez era hijo de Ramiro Sánchez de Navarra —ver Reyes de Navarra— y Cristina Rodríguez de Vivar, hija del Cid Campeador). Murió el 31-VIII-1158, en Toledo. Tuvieron por hijo a

XIII. Alfonso VIII, rey de Castilla (19° abuelo) nació el 11-XI-1155, en Soria. Fue rey de Castilla de 1158 a 1214. Casó, el 22-IX-1177, en Burgos, Castilla, con Leonor de Plantagenet (1162-1214), princesa de Inglaterra (ver Casa de Anjou-Plantagenet y Reyes de Inglaterra de la Casa de Wessex). Tuvieron diez hijos: Sancho, Fernando, Enrique I —rey de Castilla de 1214 a 1217—, Berenguela (que sigue), Sancha, Urraca (casada con Alfonso II de Portugal), Blanca (casada con Luis VIII de Francia), Mafalda, Leonor (casada con Jaime I de Aragón) y Constanza (abadesa de las Huelgas). Alfonso VIII murió en Gutierre de Muñóz, Ávila, Castilla, el 6-X-1214. Está enterrado, con su esposa (que murió el 25-X-1214), en el Monasterio de las Huelgas, Burgos.

XIV. Berenguela de Castilla, reina de Castilla (18ª abuela) nació el mes de junio de 1180, en Burgos. Casó en primeras nupcias con Conrrado de Hoenstaufenen, duque de Suabia, en 1188 (este matrimonio fue anulado). Luego casó, en diciembre de 1197, en Valladolid, con Alfonso IX de León (ver Reyes de León), que en primeras nupcias había casado con doña Teresa de Portugal (y, entre estos dos matrimonios había tenido por amante a doña Inés Íñiguez de Mendoza, en la cual tuvo por hija a doña Urraca Alfonso). Alfonso IX y doña Berenguela eran nieto y biznieta de Alfonso VII. Aunque este matrimonio era ilegítimo, el hijo de esta pareja, Fernando III, fue considerado como descendencia legítima. Berenguela murió el 8-XI-1246, en Burgos.
XV. Fernando III «el Santo», rey de Castilla y León (17° abuelo) nació el 19-VIII-1201, en el monasterio de Santa María de Bellofonte, llamado luego de Valparaiso, en el término municipal de Peleas de Arriba, provincia de Zamora. Fue rey de Castilla de 1217 a 1252, y rey de León de 1229 a 1252. Casó en primeras nupcias con Beatriz de Suabia (hija de Felipe de Suabia y nieta del emperador Federico Barbarroja, de la Casa de Suabia-Hohensatufen). De este matrimonio tuvo diez hijos: Alfonso X (rey de Castilla de 1252 a 1284, que caso con Violante de Aragón, y tuvo por hijo y sucesor a Sancho IV), Fadrique, Fernando, Enrique, Felipe, Sancho, Manuel (que sigue), Leonor, Berenguela y María. Casó en segundas nupcias con Juana de Ponthieu Montreueil. De este segundo matrimonio tuvo por hijos a Fernando, Leonor y Luis. Murió en Sevilla, el 30-V-1252, y está sepultado en la Catedral de Sevilla. A la izquierda: escudo de Fernando II, «el Santo». Ver enlace, a partir de Alfonso X, con la familia Enríquez Fonseca, antepasados de los Gómez de Parada.

XVI. Don Manuel, infante de Castilla y León (16° abuelo) nació el año de 1234, en Carrión de los Condes, Palencia. Casó con Beatriz de Saboya, hija de Amadeo IV de Saboya (ver Casa de Saboya) y Cecilia des Baux (ver Casa de Baux). Fue Alférez Mayor y Mayordomo Mayor de Alfonso X. Señor de Escalona y de Peñafiel, además de otros muchos señoríos que le concedió su hermano. Fue Primer Adelantado Mayor del Reino de Murcia. Fallecio el 25-I-1282/83, en Peñafiel, Valladolid. Tuvieron por hijo a

XVII. Don Juan Manuel (15° abuelo) nació el 5-V-1282 en Escalona, Toledo. Fue el Principe escritor, como se le ha llamado. Autor del Conde Lucanor y de otras grandes obras de a literatura española. Casó con Constanza de Aragón y, en 1329 con Blanca de la Cerda y de Lara. Murió pacíficamente en Córdoba en la primera mitad de 1349, al año de haberse declarado la famosa Peste Negra que asoló toda Europa (año de 1348), y que dos años después acabaría con la vida del rey Alfonso XI de Castilla, sobrino de don Juan Manuel. Está sepultado en el Convento de Predicadores de Peñafiel, Valladolid. Ver una breve biografía suya. Según Lope García de Salazar (Bienandanzas e Fortunas, cap. 21) fuera de matrimonio tuvo por hija a

XVIII. Doña Juana Ibáñez de Manuel (o de Alfonso) (14ª abuela) nació hacia el año de 1315. Casó con Juan Galíndez de Múgica, primer Señor de Múgica hacia 1340. Lope García de Salazar dice en sus Bienandanzas e Fortunas (cap. 21), escritas hacia el año de 1475, lo siguiente: «Juan Galíndez de Múgica, fijo d’este Furtado Garçía de Avendaño, eredólo en Múgica este su padre e fizo el primero cadalso e palaçio e azeñas e solar; e fue el primero que pobló allí e por eso tomó el nonbre de Múgica. E casó con doña Juana Ibáñez, fija vastarda de don Juan Manuel, e ovo fijo en ella a Juan Alonso de Múgica». Nuestra familia desciende de Juan Alonso de Múgica (ver linaje Múgica), que caso con doña Juana González de Agüero.

ROMANCE DEL CONDE MUNIO 

En una elevada peña, situada junto a Tremaya;
en el valle de Pernía, que el claro Pisuerga baña;
Desafiando a las nubes, a que en altura se iguala;
el fuerte castillo estuvo do el conde Munío habitaba.

Ya quedan pocas señales en el sitio que ocupara;
pero fue en remotos tiempos fortaleza inexpugnada.
Con sus muros y sus torres por almenas coronadas,
seguro asilo ofrecía al señor de la comarca.

Que de tan notable altura sus dominios divisaba,
viendo sus pueblos dispersos entre cerros y montañas.
Los Llazos miraba al frente junto al peñasco Tremaya,
y allí cerca los tres barrios de Redondo contemplaba:

En medio Santa María, San Juan a la bajerada,
y por cima San Martín, que después se despoblara.
Más lejos Lores veía, do la nobleza habitaba,
y una humilde casa en Vegas, camino de Sierras Albas.

Areños y Camasobres cerca de allí se encontraban
y hacia el norte Piedras Luengas, sólo de hidalgos morada.
Más al sur San Salvador, y a su inmediación Lebanza;
el campo al lado, y no lejos de Santiago la explanada;
donde se alzaba el santuario del viejo patrón de España,
primero que hubo en Pernía, después de reconquistada.

A otro lado Polentinos donde la vista no alcanza,
y Vañes y Villanueva hacia la parte más baja.
Carracedo más arriba, que entonces poblado estaba,
y hoy sólo y yermo se ve en poder de gente extraña.

A la espalda del castillo verdes montañas se alzaban
situadas en noble tierra, que de Pernía es hermana.
Era la Castillería, cuna de gentes honradas,
que más tarde el fuero altivo de Sepúlveda alcanzaba.

Libre este valle vivía, sin yugo que le pesara,
pues según la historia cuenta a sus señores nombraba.
Mas hubo tiempo también, en que su cerviz doblara,
sometiéndose al dominio de personas encumbradas.

Y tal había sucedido en la edad afortunada,
en que aquel ilustre conde estos valles gobernara.
Tranquilos en sus contornos varios pueblos encerraba,
con San Felices en medio, y allá en el norte Celada.

De otra parte Roblecedo, que sin gente se quedara,
y cerca de él Herreruela, y más lejos Estalaya.
Y escondido al occidente, en situación muy galana,
al pie de enhiesto collado también Verdeña se hallaba.

A estos y otros varios pueblos de las próximas comarcas,
se extendió en mejores días la merindad perniana,
comprendiendo en su recinto a la villa cerverana,
con Pineda, San Martín, y la Pisuerga inmediata,

y parte del monte Vinnio, a cuyos pies fue fundada
por Munio Núñez y Argilo la villa de Brannia y Ossaria;
allí donde los guerreros de la heroica y fiel Cantabria
contra Roma pelearon en defensa de su patria;

tiñendo con noble sangre la corriente de las aguas
del Rubagón, que en el día por entre el carbón resbalan.
Conviene agregar por fin que ella en conjunto lindaba
con Poblaciones, Campoo, Santullán y sus montañas;

con el Alfoz de Aguilar, la Ojeda y la tierra de Alba,
con Castrejón y la Peña y la Liébana o Libania.

II

Conocido así el terreno, donde el suceso pasara,
es tiempo ya de contarle, según la historia le narra.
Hace de esto muchos años, como que entonces finaba
la existencia del Condado, cuya cabeza fue Amaya,

pasando a Sancho el Mayor de la casa de Navarra,
y después al gran Fernando, que el regio manto alcanzara,
y el cual compartió su trono con la reina Doña Sancha,
por quien León se vio unido a la tierra castellana,

después que murió Bermudo, último especial monarca,
de aquella ilustre corona que tanto ensanchó a la patria.
El Cid Campeador entonces su ilustre vida empezaba,
preparándose a llenar los campos con sus hazañas.

Todo esto aquí referido, para fijar nuestra marcha,
en la primera mitad del siglo onceno pasaba.
Ocurrió pues, que en Pernía famoso conde mandaba,
por sus hechos conocido en toda la noble España.

Llamábase Munio Gómez, aunque en Bustio le trocara
la tradición desde antiguo por el pueblo conservada.
Hijo fue de Gómez Díaz, noble conde de Saldaña,
nieto de Diego Muñiz, que igual condado gozara.

Su madre fue Mumadona, hija bella y apreciada,
del conde Fernán González el que a Castilla encumbrara.
Su bisabuelo paterno fue don Munio de Saldaña,
y por parte de su madre su ilustre línea enntroncaba.

Con el gran Nuño Rasura, aquel que en época aciaga
fue uno de los buenos jueces de Castilla soberana.
Estaba soltero el conde y aunque ya lo reclamaban
su edad y su noble alcurnia, en casarse no pensaba.

Hasta que vio una doncella joven, apuesta y gallarda,
nacida en tierra leonesa, de ilustre y regia prosapia,
hija de Doña Adosinda, rica señora asturiana,
y de Favila Fernández famosos por sus hazañas,

que hasta hizo cara a Almanzor, cuando con pasión insana,
aquel feroz musulmán por nuestras tierras entraba.
Esta niña candorosa fue, pues ocasión y causa
de que el conde Munio Gómez todos sus planes cambiara.

Prendose de su hermosura y de sus virtudes raras,
y hacia el año mil y veinte en matrimonio se enlazan,
sin que sirviera de obstáculo la diferencia marcada
de edad que entre ellos había, cuando su unión celebraran,

pues nacida el año mil ella unos veinte contaba,
y el conde, a mi parecer, esos años triplicaba.

III

Era Munio caballero de fuerte brío y pujanza,
de varoniles arranques y una conducta sin tacha.
Religioso y justiciero, a su patria idolatraba,
y más de una vez los moros huyeron ante su lanza,

cuando con fieles vasallos nacidos de sus montañas,
fue a combatir por su ley, siguiendo la enseña santa,
en unión de sus hermanos Garcí Gómez de Saldaña,
y Velasco y Sancho, condes que en edad le aventajaban.

Con las fieras de sus bosques en tiempo de paz lidiaba,
sin miedo a los jabalíes, ni a los osos ni a sus garras,
cazando además tasugos, lobos, raposas taimadas,
gatos monteses, mustelas, garduñas, turones, martas,
con los corzos y rebecos y ciervos de grandes astas,
liebres esquilos y erizos, y nutrias de anfibia raza,
perdices y codornices y palomas irisadas,
faisanes, aves de presa, y otras varias alimañas.

Y Doña Elvira Fagilaz, que así la esposa se llama,
era dechado perfecto de las mujeres cristianas,
de esbelto talle, ojos negros, gracioso andar, tez muy blanca,
de regular estatura y una belleza extremada.

Afable con sus criados con sus vasallos muy llana,
caritativa y humilde a los pobres consolaba.
En su castillo vivían; felices se contemplaban
los dos esposos unidos en vida ejemplar y santa.
Descendiendo algunas veces, por la espina paseaban,
sus dominios recorrían, y al castillo regresaban.

Desde allí toda Pernía con la vista registraban,
y en ver sus montes y valles sin cesar se recreaban.
Vieron alzarse las nubes del pozo de Curavacas,
vieron asomar la niebla de allende la Peña Labra,
saludando con respeto la cruz que entonces se alzaba
en el cerro del Ulago, entre el Campino y la Cuarca.

Vieron pastar los ganados en las laderas cercanas,
desde Valmián a Hordejón, del Hayedo a las Estradas.
De Peñas Negras arriba nada oculto a sus miradas
pudo quedar, pues dominan cerros, vegas y hondonadas.
Mirando a sus pies del río veían las dulces aguas,
que en continua corriente desde el Coble caminaban,
surgiendo allí al aire libre después de ir aprisionadas
bajo tierra desde el Hoyo, que Saldelafuente llaman,
no lejos del Cobarrés, do el Rey Casto se albergara,
cuando perseguido huía de los intrusos monarcas.

Añosos Robles contemplan y sierras muy elevadas,
que de nieve en el otoño pronto se ven coronadas,
siendo notable entre todas, el pico de las Tres Aguas,
que vierte al Mediterráneo y al mar de Atlante y Cantabria,
y además Valdecebollas, que los geodestas enlazan
con el pico de Espigüete y con la Peña de Amaya.

También risueñas praderas, do límpidas fuentes manan,
aperciben de su altura junto a tierras cultivadas.
La vida pasan dichosos, aliviando las desgracias,
y haciendo bien a sus gentes, que a los dos les idolatran.
En medio de esta su dicha sólo una cosa les falta
que es tener algún hijo, en quien ambos se adoraran.

IV

Pero el destino fatal, que envidioso les miraba,
quiso acabar su ventura de los celos con el arma.
El conde Munio hasta entonces en su esposa confiaba
conociendo su cariño y fidelidad probada,
hasta que las apariencias malamente interpretadas,
y también bajas intrigas que tramó gente villana,
del conde en el pecho encienden pasión feroz y bastarda,
que a su amor sustituyendo le inspiró sed de venganza.
Y no obstante las virtudes de su esposa siempre honrada,
su obcecación le condujo a cometer una infamia,
contribuyendo tal vez a este fin la circunstancia
de diferencia de edades, anteriormente expresada.

Mal informado creyó que del deber olvidada,
A desórdenes impuros Doña Elvira se entregaba.
Primero duda cruel apoderose del alma,
después, furioso, a la ira en su corazón dio entrada.

Y aunque a veces su conciencia ¡Es inocente¡ gritaba,
estos gritos no escuchó su razón extraviada.
Así que, a pesar de todo, y sin pararse a observarla,
con extraña ligereza juzgó a su esposa manchada,
y convirtiendo en furor el amor que atesoraba
de su imaginaria afrenta quiso vengarse con saña.

Escogió tremenda noche, en que en tempestad estalla,
En que la luna se oculta, y el ronco viento silbaba.
Cubierto se hallaba el suelo de una reciente nevada,
que fue por el triste invierno cuando estos hechos pasaran.

Era intensísimo el frío, y sin parar torbelaba,
grandes hielos peligrosos, por doquier se observaban.
A la media noche el conde su venganza preparaba,
cuando todos recogidos en el castillo ya estaban.

No le detiene el rigor de aquella estación tirana,
ni el viento que airado sopla, calma su frente abrasada.
Dispone una mula ciega, vieja, coja y también falsa,
sobre ella pone a su esposa y del castillo la lanza.

Dala por guía y apoyo sorda y muda una criada,
y hace marchar a la mula descendiendo la montaña.
Por camino inaccesible hasta a rebecos y cabras,
por sitios donde siquiera ni las mismas fieras andan,
por riscos do sólo posa en ocasiones el águila
que tiene altiva su nido en la Peña de las Grajas,
por do jamás anduvieron de hombre atrevido las plantas,
ni las hierbas despuntaron nunca las ovejas mansas.

Por allí cruel el conde a la mula encaminara,
con el fin de que su esposa sucumbiese despeñada,
y cayendo sus despojos del Pisuerga entre las aguas,
ya nunca más aparecieran restos de la infortunada.

V

Mas ¡Oh prodigio¡ Dios vela por Doña Elvira la santa,
que nunca Dios abandona al que en peligro se halla.
La esposa del conde Munio inocente y pura estaba,
por lo cual la Providencia había resuelto salvarla.

Y entre los mil precipicios que la mula atravesara
hasta descender al llano desde la peña empinada,
ni una sola vez tropieza, y por la parte más agria,
desde el peñasco hasta el río baja con su doble carga,
dejando allí para muestra del suceso que pasara,
en varios puntos visible, la señal de sus pisadas.

Durante el peligro, humilde Doña Elvira resignada,
con fervor se encomendó a Dios y a la Virgen Santa.
Viéndose a salvo después lo primero fue dar gracias
al Rey de cielos y tierras, que su ayuda le prestara.

Luego marchó valle abajo siguiendo el curso del agua,
y al llegar a un pueblecito, que junto al río se alzaba,
al atravesar un puente que al pueblecito guiaba,
empieza a dar grandes voces la sorda y muda criada,
alabando a Dios eterno y proclamando muy alta
la injusticia de su amo, la inocencia de su ama.

Esto ocurrió ante las gentes, que a su paso se agolparan,
al tiempo que el sol radiante por los cerros asomaba,
y por esta causa el pueblo, donde la muda cantara,
y que hasta allí se decía San Salvador de Tremaya,
en Cantamuda trocó el nombre que antes llevaba,
y así sigue, aunque en el día lo adultere la ignorancia.

En tanto el conde en su altura frenético paseaba
sin poder estarse quieto ni recogerse a su estancia.
Desesperado intentó clavarse su propia espada,
para acabar con la vida, los sufrimientos del alma;
mas le contuvo algún ángel, para que no se matara
con el fin de que después arrepentido llorara.

Allí de pies y sin sosiego llegó a sorprenderle el alba,
mirando si entre las peñas algún bulto divisaba.
Crueles remordimientos cual fantasmas le acosaban,
al tiempo que en Cantamuda en triunfo su esposa entraba,
y que el pueblo reconociendo el milagro que se obrara,
en su querida condesa un ángel puro mirara.

Al saber el conde Munio tales prodigios, el alma
se le conmueve y se postra de Jesucristo a las plantas.
Luego parte como un rayo a do está su esposa honrada,
y llega impaciente a ella, osando apenas mirarla.

Pide perdón muy humilde a Dios y a su Elvira amada,
y contrito y pesaroso vierte lágrimas amargas.
Mas la noble Doña Elvira no desoye sus palabras,
y le acoge cariñosa y le perdona sus faltas.

Entonces arrepentido una iglesia el conde labra,
para que reciba culto la Virgen Inmaculada,
aprovechando al efecto la existencia bien probada
de un santuario muy antiguo, media legua de Lebanza.

Fue esta una ilustre Abadía de monte y peñas cercada
con jurisdicción exenta, coto propio y buena casa,
la cual en el siglo XII otro conde mejorara,
señor de grandes estados que en Polentinos moraba,
llamado Rodrigo Gustios, quien después de sus campañas
victoriosas contra el moro, al fin allí se enterrara,
lo mismo que su mujer y un hijo que le quedaba
de tres que tuvo, y murió cuando aquel siglo expiraba.

Conservóse en la Abadía la regularn observancia,
por muchos años, más hoy, se encuentra ya muy cambiada,
pues, aunque mil privilegios nuestros reyes la otorgaran,
de la destrucción moderna nada ha bastado a salvarla.

Carlos III a su costa cuidó de reedificarla,
mas se interrumpió su culto desde la atroz francesada.
Y luego cual cosa vil, pasando a manos extrañas
se vendió aquel lugar santo, do la Virgen se adoraba,
y sus imágenes todas, viéndose tan solitarias
procuraron refugiarse en las parroquias cercanas,
quedando allí únicamente las tres tumbas veneradas,
que profanadas se han visto por la codicia insensata.

Otra iglesia la condesa en Cantamuda fundara,
dedicada al Salvador que en sus penas la amparara,
y la cual para recuerdo de la ocurrencia pasada,
mira con su tripe ábside a la peña de Tremaya.

Pura y sublime es la fe, su arquitectura románica,
que subsiste todavía, pero muy estropeada.
Glorias tuvo y mereció distinciones señaladas,
de pródigos la otorgaron obispos, reyes y papas,
contando entre sus pastores, para que más la ilustrara,
al infante don Felipe, hijo del santo monarca,
que al propio tiempo obtenía la dignidad elevada
del arzobispo de Sevilla por su padre conquistada.

Aún este templo se ostenta luciendo su antigua fábrica,
aún se conserva la iglesia pero ya no es colegiata,
que viéndose decadente, pobre y casi abandonada,
suprimióla el Concordato aunque de hecho ya lo estaban.

Allí descansan los restos de Doña Elvira la santa,
mientras los del conde Munio no se sabe donde paran.
También se conserva el puente do cantara la criada,
y allí está firme y soberbio para perpetua enseñanza.

Cantamuda alcanzó fueros y libertades muy amplias,
que se les dio la condesa siendo de edad avanzada.
Llegó a convertirse en villa, y estuvo un tiempo en bonanza,
y el obispo de Palencia, don Luis Cabeza de Vaca
En el siglo XVI construyó el rollo de su plaza,
como señal de que allí justicia se administraba,
Y no contento con eso, la dio por siempre sus armas,
tomadas de su apellido, que en el rollo están grabadas.

Porque ya de tiempo atrás la Pernía disfrutaban
los prelados palentinos, que en su condado alcanzaran.
También por aquel entonces fundó para más honrarla
el hospital que en la villa de la Concepción llamaban,
el buen Diego Colmenares, que en la colegiata estaba
de canónigo; mas hoy no queda de su obra nada.

Continuó así Cantamuda viviendo bajo la guarda,
del noble alcalde ordinario que el Diocesano nombraba,
y cuya jurisdicción a Casavegas llegaba,
quedando también Areños subordinado a su vara.
Otros tiempos más contrarios han venido a perturbarla
en su adelanto y por eso perdió toda su importancia.

Además que los franceses, con fría y salvaje calma,
durante gloriosa lucha prendieron fuego a las casas,
y aunque después los vecinos procuraron restaurarlas,
hay algunas todavía por el suelo derrumbadas.

Esta es la veraz historia de Doña Elvira la santa,
que con el conde su esposo muchos pueblos gobernara.
Su recuerdo se conserva entre las verdes montañas
de la Pernía, y en la noble Castillería su hermana,
y en los montes y en las peñas, y del Pisuerga en las aguas
todavía se oye el eco que sus virtudes ensalza.

Yo a los pernianos cuento esta tradición sagrada,
que recogí siendo niño de los labios de una anciana.
Que no la olviden quisiera, que a sus hijos la enseñaran,
y que la moral que encierra en sus pechos inculcaran,
para que jamás olviden los hijos de estas montañas
que en su humildad y pobreza grandes tradiciones guardan,
y para que confiados en protección sobrehumana
sepan morir si es preciso por su Dios y

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